La cosechadora va guillotinando la cabeza de la planta, la tritura
y por una chimenea escupe su grano en la
tolva, una especie de caja gigante con forma de cono
invertido. Esa tolva a la vez va llenando un camión que espera a la orilla del potrero. Y cuando
se completa el acoplado marchan a una balanza, ubicada generalmente al lado de
un gran silo plateado a la entrada del pueblo. (uf, que oración más larga. Insoportable)
Los cosecheros, después de trabajar
todo el día, entraban a la casilla, se bañaban –uno de ellos se lavaba el pelo
con detergente-, se emprolijaban y se
subían a una Nissan destartalada. Recuerdo
verlos partir egominados, con la luneta llena de repuestos. Marchaban a un
Casino dorado como un cuento.
Algo parecido sucede en el conurbano
nuestro de cada día. Cruzo por el Bingo de Hurlingham. Sale el olor a perfume barato. Ingresa siempre
la
misma gente. Son los cosecheros de la ciudad que bajan del tren. Llegan con el bolsito al hombro. Caminan apurados,
alguien les abre la puerta y son ametrallados con estímulos visuales. La
comunicación no verbal grita: “ganador, rey, ponete cómodo, sentite seguro,
nosotros te damos lo que vos te mereces”.
No se puede pensar que no tengan cultura
de trabajo. Trabajan como pocos. Y tal vez por eso necesitan -también como
pocos- espacios de ocio.
Pero cómo no me di cuenta; ese sitio es presentado como un lugar de ocio, pero no niega el ocio. Esta en el aire la
tensión de lo que se está arriesgando. Es
un neg-ocio, que no es otra cosa que negar el ocio.
Si, juegan su plata. Probablemente sepan que van a
perder. Pero quizá eso no pesa tanto como el momento de evasión o la esperanza
de ser un ganador. Jugar no es un juego para ellos, es un acercamiento a los sueños, algo que no requiere esfuerzo.
Verán que no hay jóvenes jugadores. Los
jóvenes tienen esperanzas y sólo trabajan allí,
fumándose lo que otros fuman. A jugar van los que van llegando a viejos, hartos tal vez de
soledad. Y esos pequeños apostadores son los que mantienen en pie esta
parafernalia.
Del otro
lado del mostrador hay gente hábil en
aprovecharse. Pero claro, si se pone un
límite dirían que cercenan las libertades. Sería cierto; la libertad de
aprovecharse.
En este
caso el Estado regula el mal común.
1 comentario:
De muy otro lado también puede decirse de los casinos, que son el lugar indicado para ingresar a la economía "real" plata sucia a montones.
MP
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