
Lo recuerdo. Así, con esas dos palabras, empieza el cuento de Funes el memorioso. Ya todo el mundo conoce el relato. Como saben, a Ireneo Funes le había dado un golpazo un potro, dejándolo tullido para siempre. No podía moverse y pasaba sus días en un catre. Afectado por el accidente no podía olvidar nada, ni un detalle de lo que sucedía a su alrededor. Cada objeto para él tenía un nombre propio. No entendía, por ejemplo, que la palabra perro nombrase a todos los perros. Y mucho menos podía conectar todas las imágenes que recibía, los olores o los símbolos. En otras palabras, era incapaz de formar ideas y en su mirada sólo había relámpagos aíslados.
Todo este párrafo para explicar una idea, por oposición. Justo lo contrario le pasó a Félix Luna. Tenía la capacidad de relacionar, de abstraer, de olvidar diferencias y acercar años. Era capaz de comparar y entender, de hacer común a todos las cosas, es decir, de comunicar. Era capaz de abrazar ideas que en otras miradas se apedreaban. Tenía esa extraña capacidad de pensar.
Lo recuerdo. No por historiador, sino por contador de historias.
¡Feliz Luna allá en el cielo!
2 comentarios:
¡Qué lindo que le hayas dedicado unas líneas a este grande! Yo lo admiraba mucho y me da pena, en mi egoismo, que ya no esté acá para contar sus historias. Pero seguramente estará mejor donde sea que haya volado.
Lindo el blog, como siempre. Nos estamos viendo.
Pampa,
que bueno que pasaste por aquí!
Alguien debe estar escuchando las historias de Falucho, ¿no creés? Algunos en el cielo y otros en los libros, que son cielos que se leen.
¿Viste que lindo nombre tenía? Félix Luna. Es un nombre que quisiera tener cualquier poeta.
Hasta el próximo comentario.
Jp
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