jueves, 28 de noviembre de 2013

CEFELIZ


Feliz tu mano carpintera, tu pala jardinera. Feliz tu corazón de ayudante. Feliz en tu pausa por un pájaro.  Y en tus pasos amarillos en las botas. Felices tu nariz chorreando, tu cara rosa, tu mano helada. Tus ojos asombrados de albañiles. Tu mirada subiendo desde abajo.

Feliz tu tiranía de colores, tu prolijidad de relojero. Tu herencia de ansiedad.  Feliz en tus preguntas eternas, indispensables. En tu iniciativa arrancando como un sapo; feliz.

Feliz tu día entero, agobiado pobre día. Feliz en tu sueño de un tirón.  Feliz en tu festejo primavero. Felices tus padres de tenerte feliz.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Diálogo entre Cipriano y los zorzales


El bebé (mi hijo) gateaba sólo en el jardín cuando aterrizó un zorzal, gordo como todos los zorzales.  Uno de los nuestros pensó el pájaro. Y quiso llevarlo de la mano. Al ver la dificultad voló a llamar a sus hermanos. Y se armó la conversa.

-“Venimos a llevarte. Vimos tu lacia sencillez en las plumas amarillas. Te vimos aspirar la mañana entera. Siempre escuchamos tu charla con los aviones, tu diálogo con los trenes.

-Además, -agregó otro-, pajarero  engullidor exquisito de lo que encuentras; te vimos tragar bolitas de paraíso entre tus banquetes de tierra, confituras de  hormigas…”. “Y tu mansedumbre de vaca”, agregó otro que estaba más alejado.

-“Si”,  respondió el gordo mientras acomodaba su trasero en el pasto: “mansedumbre de vaca. Pero chivato de chivar, bebé de beber, chico de chiquero, gato de gatear, lechón de leche…”

 -“…Ternero de ternura”, -interrumpió uno zorzal con intenciones de convencerlo.

-“Vean mi  mandíbula tenaz, atenazadora, no es la de un frágil pájaro. Escuchen mi bramido de toro volcánico, vibrando desde el pecho”. Y soltó una demostración estruendosa.

Los zorzales callaron y se miraron desilusionados. Pero uno chiquito lanzó desde el fondo: “te sabemos buen chapoteador, como nosotros después de la lluvia. Hemos visto tu baile de barco meciéndose en el agua. Conocemos tu paciencia mayor, de hermano menor”.

El bebé entonces los tranquilizó; -“hermano gordo zorzal; No hace falta que me lleven, prometo puntualidad de pájaro tempranero…”

-“Pero no te horaries”, interrumpió el más viejo como cerrando un acuerdo, “podrás arrastrar tu sonrisa en andador pero no vayas a crecer mucho ninguna rama podrá sostenerte, no te vuelvas precavido, no recuerdes apellidos que con zorzal no hace falta. No afeites esa barba de tierra. Sólo lo importante; un lapacho en octubre, la tierra y el cielo de todos”.

-Al fin se despidió: “después de comer mi pecho y mi panza se anaranjan. Por adentro y por afuera. Soy también como ustedes colorado frutillero,  colorado tomatero. Mi cuello gira pajarero como el de ustedes. No vuelo, pero la punta de mi dedo puede rascar la luna. Llevo mis brazos allá abajo, como los suyos allá arriba. Aún soy un gordo sin precauciones. Sólo el sol abre y cierra mis párpados. Dame tu mano, gordo zorzal, tu paz, y quedate con la mía, que es apenas una paz de siesta, de mamadera en la mano, una paz nueva, semillera y en brazos. Una paz mañanera,  torcacera, que aunque parezca imposible, levanta vuelo en cada paso”.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Relevar lo irrelevante



Yo me defiendo. Mi mujer dice que soy un chusma pero lo niego.  Y no puedo parar de registrar.  Miro, escruto, ando por a ahí levantando información con la mirada, anotando en ninguna parte.  Sin querer, creo que absorbo sin querer. Soy un preso suelto.  Lo cierto que creo que tengo un mapa de los gestos del vecindario.  De todo lo normal, de todo lo que no merece ser registrado. De lo que nadie descubriría, pues no vale la pena.  Soy un cronista de la piel de las persianas, de  plantas libres y las educadas. De una calcomanía nueva en un auto. De una gata que sé que está preñada, del ruido de una moto nueva. De los pájaros que nos atraviesan.  Con todos ellos converso con la mirada.  No digo nada, anoto todo. Todo lo que no importa, pues no es lo central de la calle lo que voy relevando. Es lo irrelevante.  
 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La fuente de donde bebemos


En el almuerzo de ayer, un martes de octubre, leí una nota de Mariano Obarrio publicada en La Nación.  Se tituló: “detrás de la sentencia contra Clarín, una larga trama de negociaciones reservadas”. Y anoté estas líneas.

·         En el primer párrafo se apoya en   “altas fuentes gubernamentales”.

·         En el segundo párrafo recurre a un  “un alto funcionario de la Casa Rosada”.

·         En el tercer y cuarto párrafo no destaca el origen de la fuente.

·         En el quinto: “Según trascendió de fuentes oficiales”.

·         En el sexto habla de una llamada que recibió la Presidenta cuando estaba en Ushuaia. Alguien se lo contó a Obarrio pero no aclara quién. 

·         En el séptimo tampoco detalla el origen de la Info.

·         En el octavo refiere a una cita. Su fuente se sostiene en que la “plantean en Balcarce 50”.

·         En el noveno recoge versiones periodísticas que todos conocen.  Pero no aclara que fue parte de una charla con María O´donell.

·         En el décimo afirma: “según pudo saber LA NACION”. Pero no aclara cómo pudo saberlo.

·         En el párrafo once y doce parece hilvanarse con la fuente del décimo…“según pudo saber LA NACION”.

·         En el 13 asegura sus dichos “según sus confidentes en Balcarce 50”.

·         En el 14  asegura Obarrio que  “se comentó en esos conciliábulos”

·         En el último párrafo señala que en esa reunión (refiere a los conciliábulos del 14) salieron a la luz otras reuniones. Tampoco destaca la fuente.

 


Luego le pedí una opinión a Raul Kollman, un periodista que está en la vereda de enfrente, y me dijo: Es puro verso. Y además agregaría que no tienen información. Nos cuesta conseguir datos o nos resulta imposible conseguirla  a nosotros, que tenemos buena relación con funcionarios, por lo que para ellos es imposible....”.


Lo puedo escribir. Total a este blog no lo lee nadie.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Nuevas armas


Hay que armarse. Definitivamente hay que armarse contra la inseguridad.  Hay que armar un desarme con razones nuevas. Hay que empuñar otras ideas y cargarlas de argumentos. Ya no importa dónde ni quien esconda un fierro. Que sea igual. Igual en la cintura del pibe o en la mesa de luz del señor. Que la constitución ya no asienta. Que no exista licencia, ni tenencia, ni portación. Que no apunte el caño, no, pero tampoco la constitución. Que el horror sea siempre un horror, una condena. Siempre.  No importa su portador.

lunes, 5 de agosto de 2013

Lo que quiere "la gente"


-“La gente quiere esto, a la gente le importa lo otro”, dice el candidato con solemnidad.  Y el periodista, impecablemente trajeado, le responde: “Si, pero a la gente le importa también aquello otro y lo otro también”.

Y ahí dudé. ¿Cuándo habré dejado de ser gente?

“Gente”. Dicho así es como un ente benévolo, como una monja de mil cabezas que podría vivir en un edificio de Villa Soldati. “Gente”: siempre pacífica, que no puede tener más que buenas intenciones. “Gente”. Que sólo quiere sacar la basura en chancletas sin que la aprete ningún punga roñoso. Y no molesten con ideas raras, o no saben que “la gente” no tiene ideas. Después de sacar la basura la gente quiere subir a ver el pronóstico del día siguiente. No sea cosa que salgamos sin paraguas.

¿Los chorros son gente? ¿Y los violadores? ¿Esos son gente también? ¿Los muertos ya no son gente, no? ¿Y el dueño del Banco de Galicia? ¿los paraguayos, serán gente? ¿La gente para ser considerada gente, tendrá que vivir en la argentina? Ahhh….Gente común. ¿Como-un qué?

Yo renuncio. Desde este momento, ya no quiero ser gente. Y mientras presento mi renuncia formal me alcanza una canción de Jaime Roos:


“No me hablen más de él
No me hablen más por él
Que yo lo veo en cada esquina
Y lo escucho en el café”.

miércoles, 31 de julio de 2013

"Spots", que le dicen

Los voy a tutear. Ustedes perdonen. 

 ¿”Sumar”, Sergio? ¿De qué manera? ¿a qué causa? Sé claro, puntual, sincero.

Alfonso ¿”vivir mejor”? ¿cuáles son los pasos que propones para vivir mejor? ¿asumimos que los que vos diste? ¿o te referís a otra cosa?

Francisco; estás “Harto”. Visiblemente irritado, si. ¿Estar harto es la mejor solución que se te ocurre? ¿o se podrá hacer algo? ¿qué cosa?

Gabriela: juntos podemos. ¿podemos? Podemos los árboles. Ah, perdón ¿qué es lo que podríamos? Si si, eso. Saber de qué se trata.

Martín: ¿qué es lo elegimos cuando sugerís que en la vida hay que elegir-te? ¿Qué religión?

Hermes, mi querido Hermes; ¿”un país normal”? ¿Cómo se logra? Pero decinos eso!. Y decinos quién te mando a colgar ese cartel en Panamericana.

Margarita, casi perdés mi voto con eso de “Argen” y “Tina”. Mérito de los asesores de la competencia es que aún lo tengas.

Convénzannos, estamos dispuestos. Pero no nos subestimen, no sólo "guerreen" con afiches.

Confronten ideas en una mesa. ¿Por qué no los he visto aún? Discutan prioridades. Si no hay debate público nos queda esto; lo que tenemos, lo que tendremos. Entre esto y la tremenda apolítica debe haber dos metros de distancia. Gracias muchachos.

lunes, 8 de julio de 2013

Diálogo entre Sancho y el pensador


Una  cola muy larga en el banco Santander Río, de Hurlingham.

Delante de mí; un pelado, petizón, flaco, sereno. Lleva camisa corbata marrón, pantalones de vestir, zapatos…y campera de esquí. Parece un tipo serio y silencioso.

Detrás de mí un gordo ancho, inquieto, manos grandes, vos ronca, mucho pelo, pocos dientes. Parece un tipo alegre y hablador. Viste un buzo azul, abierto que dice: Carpintería Ruta 4. A los diez minutos ya están charlando. En el medio de “la conversa”, como un estorbo me encuentro yo, engolosinado con un libro nuevo (por mi cumple).

Van solo unos párrafos de ese maravilloso diálogo, que apunté en el mismo libro que leía.

ü -El carpintero, manos en los bolsillos y gesto resignado:

-“Prefiero estar bajando un camión de maderas que acá en la cola”. -Pelado: “si, esto cansa más”.

 

ü El carpintero, mirando al mostrador de informes (ni siquiera a la cajas)

-“¿Viste esos tipos que pusieron un Pago Fácil Trucho? Hicieron la caja y se las tomaron con la guita de la gente. Esos la saben toda”.

-El pelado asiente diciendo: “esa gente es una inminencia” (eminencia)

 

ü Pasa el empleado de seguridad y el carpintero mirando mi libro, dice:

-“che, maestro, a nosotros por lo menos traenos un Isidoro”.

 

ü El carpintero, ya entrado en confianza con el pelado:

-“Mi hija es abogada y además no se quiere casar. La tiene re clara. Igual, yo fui de frente y le dije que en casa molestaba”.

 

ü Con cierto fastidio por el tiempo de demora en la cola del banco –una hora- dice el carpintero, señalando con la pera el sector de cajas:

-“A estos hay que matarlos a todos”.

-El pelado: “si, lógico”.

 

ü Ya hablando de asuntos más profundos, dice el carpintero al pelado;

-“El agua de ustedes (Martín Coronado) es una porquería”.

-El pelado se defiende: -“¿Quién te dijo?”

-El carpintero: “preguntale a los científicos”

-Chista el pelado con reprobación mientras niega con la cabeza.

-El carpintero arremete: -“el agua de Caseros es lo mejor, fresca, de pozo, es como tomar Coca Cola todo los días”.

 

ü El carpintero, luego de contarle su oficio y recomendar los muebles de pino, pregunta:

-¿Y vos qué haces?

-El pelado responde solmene y serio: “soy pensador”

-El carpintero descolocado deja pasar unos segundos…y sin dejar de moverse sale del paso con lo primero que se le ocurre: -“¿y no pensaste antes de venir acá?  (yo me tapo con el libro )

 

ü Le toca el turno de cajas al pelado (ahora pensador), que al salir dice al carpintero, a modo de saludo:

 

ü “Ahora me voy, por mi que explote el banco”.

-“Chau”, responde el gordo asumiendo que es solo una forma de saludar.

viernes, 7 de junio de 2013

María en el recuerdo


Si aún arrastramos el maneador y  golpeamos los tarros con nuestra memoria. Si aún podemos enlazar con la cadena y sujetar juntos terneros y recuerdos. Si podemos clasificar el primer sonido del chorro de leche ordeñada cayendo al fondo del balde. Si después de veintitantos años descubrimos que ese poderoso chorro blanco  tiene un sonido y no otro. Si reconocemos a la espuma creciendo en ese ruido. Si en ese mismo golpeteo firme aspiramos la mañana pura y la bosta pastosa. Si corta nuestro recuerdo la espesa tibiez en el fondo del tacho. 

Si vemos tu mano de nudoso bronce, María, bendiciendo la ubre dócil, entregada a tu puño.  Si en tu brazo arremangado y en  tu cuerpo arrodillado frente a la mansa bestia reza la oración más sagrada. Si en esa liturgia mañanera tu mirada unge el campo con rocío mientras un rayo de luz te va apretando de costado.  Si finalmente, entre arena y olivillos, regresa balanceándose tu figura frente al galpón colorado.

Cada día, entonces, acudió a tu mano para nacer. Y sólo desde allí salió aleteando como un pájaro. Pero si eso nació de tu mano, María, de tu noche -que son la sucesión de tantos días- sólo puede nacer la vía láctea, ese campo de espinas estrelladas.

lunes, 25 de marzo de 2013

El hombre velero

Para la mayoría de las cosas hay explicación.  Algunas de ellas las encontramos a mano, otras un poco más lejos.
Ustedes saben que Alfonso Quijano enloqueció después de leer tantos libros de caballería. Luego, convertido por su propia imaginación en Quijote, salió ávido de justicia a cazar gigantes vestidos de molinos. Imaginen que ese hombre, además de leer tantísimos libros de caballería se hubiese  especializado en hermenéutica; en Heidegger, en Santo Tomás y en Platón. Como si esto fuera poco imaginen  además  que ese hombre “tocado” por la lectura se hubiese ido a vivir al arenal puntano durante quince años, donde nunca dejó de leer, donde nunca dejó de buscar agua, donde nunca dejó de esperar el viento en el molino.
 ¿Piensan ustedes  que regresando de su viaje de arena y libros ese hombre podría haber hecho otra cosa que conseguirse un velero? 
Ya lo saben, estoy hablando de mi viejo.

jueves, 24 de enero de 2013

Reconfortante

Estuve de vacaciones. Me quedé pintando el galpón, que es el nombre que le dimos a ese engendro que mezcla taller, biblioteca y jardín de invierno. Lija, espátula, pincel, trapos, diarios, libros. Todo mezclado en el piso. A toda hora, mientras hacíamos estragos con Cefe -mi hijo de dos años- dejábamos la radio prendida cosa de lograr un ambiente de taller. Así fue que, tras varios días, llegaron a nuestros oídos programas radiales que de otra manera jamás hubiésemos escuchado.


Cada tarde, después del mediodía llegaba un programa con una matriz idéntica. Era el programa de Fernando Bravo. A la semana de haber escuchado cada día esa emisión pude dibujar en mi mente un mapa de su estilo. Y lo bauticé Periodismo Reconfortante. Lo describo brevemente: es el periodismo que no arriesga ni un paso, el que va por un camino liso y bien señalizado. Apuesta a lo que seguro quieren escuchar sus oyentes, aunque en varias curvas se encuentre con la realidad de frente. Eso no importa. Es híper previsible, obvio, con estereotipos alevosos y digeridos. No amasa su propio pan sino que lo saca –casi duro- de la bolsa que vino a la mañana con el diario. No digo los diarios, digo el diario. Mucho menos ofrece detalles ni busca acercarse el fondo de una cuestión. El oyente entonces queda ¿solapadamente? desdeñado.

Los análisis de los hechos relatados son ¿intencionalmente? cortos, tal vez para no tener que hacer pensar más de lo que seguramente ya había imaginado el oyente con su propio preconcepto. O su escasa y natural información. El emisor jamás interpela al oyente sino que distribuye caramelos de razones de acá para allá, cosa de quedar bien con todos los que se sienten invitados a ese festejo. Son los oyentes amigos. Que se sienten reconfortados, que son convidados a sentirse ajenos a cualquier problemática. Nosotros somos los buenos, los correctos, disfrutemos el verano mientras el resto intenta pudrirnos esta existencia placentera y merecida. Vamos a los anuncios.

Finalmente, la actitud periodística termina siendo servil a la dinámica cultural de los últimos tiempos: el mundo no puede ser otro, señores, mucho menos este país de mierda. Usted que me escucha no tiene nada que ver pero le cuento –alguito- de lo que pasa –a algunitos- y les señalo a los culpables; siempre los otros.

viernes, 26 de octubre de 2012

Arrastra este río

 

Arrastra  ocho hermanos,

A todas sus soledades juntas o dispersas

Vienen las alturas anudadas por un salar

Tamarindos, chañarosos y caldenes.

 

Flota una cáscara de sandía en la mirada,

 flecha el aire la sombra de un pato sediento,

Bajan barrosos olores del Atuel,

atraviesa el agua flecos de un alambrado resignado.

 

El monte bajo se asoma a ver su paso,

Lechuzos anidando en la siesta calcinante.

 

Llega una vaca huesuda tras el aire humedecido,

su instinto le ha mentido, el cogote aún bajo

su hocico resoplando ruegan al agua desabrida

Quedarán secos la ubre y su ternero

Vuelven quemantes sus patas por la arena.

 

Sigue la víbora barrosa buscando el cielo,

llega un viento que  en la última hora

flamea su alivio cortadero en un penacho

A la orilla de la noche llegan loros,

a encontrarse  con la tarde barranquera

mezclando rastros de chanchos y colmillos.

Arriba refleja otra vía láctea estrellada de sal,

y tirita una luz de un puesto solitario.

Alunado el puma sale a caminar,

mientras el puestero varea su sueño por el monte.

Soledad

Hoy temprano salí caminando con ella. Yo iba con las manos en los bolsillos de la campera, todavía estaba fresco.  Ella caminaba conmigo, sonreíamos. En las esquinas el sol nos palmeaba la espalda y respirábamos un aire rociado de noche. Subí al colectivo y ella subió conmigo, se sentó a mi lado. Llegué al trabajo, preparé unos mates. Y ella bebió conmigo. Pero tan profundo en mi cuerpo se metía que hasta pensé que la estaba bebiendo a ella.  Miré mi mate.

Ella fue un regalo de mi hermana.  Tan suave ella. Tan triste, silbadora y compañera la canción. Nunca me habían regalado una canción tan soledosa, tan tempranera. No hablo de un disco, hablo de una canción. Eso fue lo que me regalaron.  Soledad, de Jorge Drexler, cantada por una mujer; Teresa Parodi. ¡Gracias Leti!

lunes, 17 de septiembre de 2012

La marcha de ayer


 
Las razones de la marcha fueron muchas, diversas.  Se podrían analizar por días. Pero pintándolo con brocha gorda,  voy a asumir que fue en contra de los aspectos de la corrupción kirchnerista.  Voy a ser benévolo, no quiero pensar que algunos marcharon en la Argentina de las urgencias por el cepo al dólar. Asumiré entonces que no fue por el eso, sino que fue por la corrupción, por un lado, y para interponerse  al deseo de Cristina de perpetuarse en el sillón presidencial, por otro.

Tal vez por esas dos últimas razones hubiese ido, creo que tienen un peso importante. 

Pero no, no fui, no eran suficientes para mí.  ¿Pero la terrible corrupción de un gobierno no es suficiente para movilizarme? No, no me interesa cambiar una corrupción por una incertidumbre que acechan los corruptos de siempre. Es decir, ¿cuál es la alternativa que se presenta en esa marcha? ¿O eso no importa?  Más aún, entonces, no me interesa ir a una marcha de los que  siempre hemos sido beneficiados.  Estoy hablando de mi propio grupo socio cultural. Y ahí observo otra de las razones de la marcha. Hay algo simbólico dando vueltas, algo implícito de pertenecer: “estoy de este lado, no del otro”. O  “Vamos argentinos”. Y el himno dando vueltas como elemento unificador.

Me gusta que la gente se manifieste, se exprese. Aunque incomode me gusta que no se esquive la discusión en los asados, en las reuniones. Pero me gustaría que lo hagan en varias situaciones, en las injusticias cotidianas. Me gustaría que lo hagamos todos. Y generalmente no lo hacen, no lo hacemos. Hablo de actitudes diversas, del gesto con la gente de la calle, de empujar un auto que vemos que se ha quedado. Hablo de la actitud ante un peaje que se abusa, de la empresa de teléfono que nos estafa día a día, hablo de los negocios turbios que siempre se justifican, de no esmerarse en evadir los impuestos, hablo del pago a la chica que limpia en nuestras casas, hablo de ser solidarios. De empezar por nosotros, hablo de cambiar un poco las cosas chicas. Creo que si una sociedad es solidaria y justa en los pequeños gestos más aún lo será en las situaciones relevantes.

 Al marchar, estamos eligiendo marchar por esto, no por lo otro. Es decir, estamos eligiendo las razones de nuestro grito.  Y nadie grita todo el día, sólo cuando se enoja. A riesgo de parecer básico, me pregunto ¿los que marchaban ayer marcharon alguna vez por los chicos que  tiritan de frío o de hambre todos los días en este país? ¿Alguna vez marchamos por las torturas que suceden en las comisarías?  Entre todas las razones que escuché en los entrevistados de la tevé, no escuché razones parecidas a esas. Si por la inflación, que existe y es real. Si por las patrañas del INDEC, que parecen una broma y no lo son.  

Alguien me podría decir: “bueno, pero por algo se empieza”.  Yo creo que fue un evento aislado, no algo que haya empezado. Quisiera equivocarme, quisiera pensar que en la marcha de ayer empezó a involucrarse un sector de la sociedad. Pero no, no lo creo. Quisiera pensar que cuando hablan de la inflación están pensando en los que más la sufren, pero no, no lo creo. Ningún cartel que yo haya visto lo expresaba en ese sentido.  Quisiera pensar que cuando hablan de las patrañas del INDEC se figuran a los primeros damnificados, aquellos que no llegan a la canasta básica. Pero no, tampoco creo en eso.

Si cambiase la pregunta y en vez de preguntar en contra de quién, preguntara  a mis amigos caceroleros a favor de quién fue la manifestación ¿Qué respuesta recibiría?  Tal vez dirían que fue a favor de la libertad. La pregunta que sigue, obvia, es ¿cuál es la libertad que falta?  Falta libertad para comprar dólares, es cierto, pero asumimos que por eso no marchábamos. ¿Libertad de expresión? Como periodista  puedo asegurar que no falta esa libertad. La  última revista Noticias me da la razón; por suerte salió a la calle.  Me hablarán de las nuevas formas de censura y volveré a decir lo mismo. La marcha dio cuenta de esa libertad. Asistieron todos los que quisieron y las imágenes de ellos repetidas en las pantallas estuvieron  lejos de ser censuradas.

En líneas generales aseguraría que no falta libertad de expresión, sí libertad para pensar esa expresión. Y eso es mucho más grave.  Pero nadie reclamaba eso.  

viernes, 13 de julio de 2012

Cosecheros de ciudad

Trabajé un par de veces en las cosechas de girasol en un campo de La Pampa, cerca de Santa Rosa. Levantábamos girasol. Yo controlaba entonces el pesaje de los camiones. Un trabajo fácil que no suele durar más de una semana.

La cosechadora va guillotinando la cabeza de la planta, la tritura y  por una chimenea escupe su grano en la tolva, una especie de caja gigante con forma de cono invertido. Esa tolva a la vez va llenando un camión  que espera a la orilla del potrero. Y cuando se completa el acoplado marchan a una balanza, ubicada generalmente al lado de un gran silo plateado a la entrada del pueblo. (uf, que oración más larga. Insoportable)


Los cosecheros, después de trabajar todo el día, entraban a la casilla, se bañaban –uno de ellos se lavaba el pelo con detergente-, se emprolijaban  y se subían a una  Nissan destartalada. Recuerdo verlos partir egominados, con la luneta llena de repuestos. Marchaban a un Casino dorado como un cuento.

Algo parecido sucede en el conurbano nuestro de cada día. Cruzo por el Bingo de Hurlingham.  Sale el olor a perfume barato. Ingresa siempre la misma gente. Son los cosecheros de la ciudad que bajan del tren. Llegan  con el bolsito al hombro. Caminan apurados, alguien les abre la puerta y son ametrallados  con estímulos visuales. La comunicación no verbal grita: “ganador, rey, ponete cómodo, sentite seguro, nosotros te damos lo que vos te mereces”.

No se puede pensar que no tengan cultura de trabajo. Trabajan como pocos. Y tal vez por eso necesitan -también como pocos- espacios de ocio.  Pero cómo no me di cuenta; ese sitio es presentado como un lugar de ocio,  pero no niega el ocio. Esta en el aire la tensión de lo que se está arriesgando.  Es un neg-ocio, que no es otra cosa que negar el ocio.

Si, juegan su plata. Probablemente sepan que van a perder. Pero quizá eso no pesa tanto como el momento de evasión o la esperanza de ser un ganador. Jugar no es un juego para ellos, es un acercamiento a los sueños,  algo que no requiere esfuerzo.

Verán que no hay jóvenes jugadores. Los jóvenes tienen esperanzas y sólo trabajan allí,  fumándose lo que otros fuman. A jugar van los que van llegando a viejos, hartos tal vez de soledad. Y esos pequeños apostadores son los que mantienen en pie esta parafernalia.

Del otro lado del mostrador hay gente  hábil en aprovecharse.  Pero claro, si se pone un límite dirían que cercenan las libertades. Sería cierto; la libertad de aprovecharse.

En este caso el Estado regula el mal común.

martes, 3 de julio de 2012

Pájaro Pablo


Mudé mi biblioteca. Primero llené cajas y cajas. Quedó de pie un esqueleto de madera que luego desarmé. Como si fuesen las cenizas de un antepasado, ubiqué los tornillos en un tarrito que rotulé: biblioteca.

Como una hormiga, hice varios viajes a lo de mis viejos, a su casa grande de calle de tierra. Allí los deposité. Después de un tiempo sentí hambre, los necesitaba. Fui y los busqué, pero no nos encontramos.   Entonces fui a lo de mi hermana y tomé un libro. Como un sediento lo bebí con mis cuencos: mis dos manos, mis dos ojos.

Ahora sé que no me puede faltar su mar, su lluvia helada sobre mis huesos.  El pan quebrándose al medio de la mañana. Herreros, zapateros, pescadores, redes  y  almacenes. Su tarde de taller, de gubia.  El olor a madera recién serruchada. El puerto al hombro. Los vencidos del día saliendo de las fábricas con su corazón fatigado.

Fuera de casa, sus palabras sobre un barco, plateadas, saltando como peces. Su voz lloviendo. Sus algas goteando, su niebla austral. Sus caracoles. Su parra entregada  en vino. Su olor a gramilla, a pino seco sobre el suelo. Sus brazos abiertos de araucaria, su bosque de miles de hojas escritas. Sus pies en la arena como una gaviota, su regreso de golondrina. Su color de torcaza. Su arte de pájaros.

Dentro de mi casa no puede faltar esa luz de jardín de invierno. Su paz de chimenea, sus brasas apalabradas. Su olor a leña humeante. Sus puertas vagabundas, sus techos de tablas marineras.   Su vela tiritando de frío, su tristeza recogida. Sus colecciones de noches y preguntas. Su conciencia de hombre y poeta. Poeta carpintero de palabras. Su largo territorio, recorrido con tiempos de pastor.

Su mar me golpeaba. Y ahora su compañía, que al fin me deja sólo. Solo con esto.

lunes, 25 de junio de 2012

En esto creo


Creo en la palabra castellana, 
dios todopoderoso,
creador de un cielo y de una tierra.  
Creo en su hijo, Carlos Fuentes
y su sombra latinoamericana.                                                                                                                                                                                                                                       

Hace varios días que murió. Ya decantó la ceremonia. Ya habrán terminado de enumerar sus libros, sus premios. Ya habrán gastado la palabra “prolífico” para referirse a él.

No me interesa su cortesía, su elegancia de embajada. ¿Qué significa eso ante ese nombrador de mundos? Desde su pirámide azteca bajó palabras escalonadas. Por debajo de esa tierra se asomó su serpiente emplumada de preguntas.

América Latina fue para él un lugar para entender, un barro donde se juntan geografías y visiones a la sombra de un imperio que ensombrece y a la vez aclara otra identidad. Y de esa arcilla labró su poesía. Y de esa tierra fue creciendo su mirada.

Fue diplomático. Hasta que el asesino de estudiantes Díaz Ordaz también fue designado. Yo me voy, dijo entonces, y se fue sin pegar un portazo. En eso creo. En una actitud sin extremismos y a la vez, extremadamente solidaria, profundamente decidida. Creo en la muerte de su hijo. Y en su voz quebrada para siempre.

Mestizo de las ideas, entendedor puro. Para usar sus propias palabras, diría que fue dándole forma a lo disperso, que fue juntando lo que otra manera no se entendería.

martes, 12 de junio de 2012

Un Elefante Blanco de la prosperidad



Fui al cine después de mucho tiempo. Me gustó. Una fotografía impecable, maravillosa. Representa escenas de la vida en un par de villas porteñas.
La película absorbe varios registros de esa realidad; en un momento de la noche unos muchachos caminan por los pasillos angostos y de una de las casillas de chapa escapan los flashes de las televisión encendida; el grito del conductor Marcelo Tinelli que les da la “bienvenidaaaaa”.

Me quedo con eso por un instante: viven en la pobreza pero ven en la televisión la imagen de la prosperidad. De una supuesta prosperidad. Y pienso que esto puede generar violencia a varios de ellos, que están afuera. En esa imagen repetida ven a la gente con todos los dientes, blancos y parejos, ven los cuerpos perfectos. Ven los autos nuevos, brillantes. Ven el éxito y el lujo presentado de una manera sensiblera y simplista. En otras palabras, reciben una polarización comunicada de manera amigable.

 Son estereotipos de un supuesto éxito presentado como indiscutible e inalcanzable. Pero que hay que intentar tocar de alguna manera. Con esfuerzo porque, dicen, somos todos iguales. Pero nos muestran que no lo somos ni nunca lo seremos. Pero si ellos tienen poquísimos recursos y los pies en el barro, ¿por qué ven programas como Tinelli? La respuesta básica quizá sea: porque les gusta. ¿Y por qué les gusta? Tal vez porque están acostumbrados al contraste. No se puede pretender que ellos libren una batalla cultural. Esto último es obvio para mí, pero no lo es para Marx ni para mi hermano Tomás.
 
Tal vez saben que son receptores, jamás generadores de contenidos, sólo quizá de alguno alternativo. En ese ámbito también están marginados. Y están acostumbrados a eso; a ver el éxito pasar por delante; el original y el falseado. Digo que ven las cosas pasar y me quedo corto: son ametrallados con un mensaje que les entra en la carne y después sangra.


Eso sí: esa pobreza de ideas genera mucha riqueza entre quienes lucran con ella. Si, subestimar amigablemente genera riquezas dominantes. Y sobre todo crea un limbo de muchas necesidades que hay que alcanzar, que genera otras muchas riquezas.

Tal vez en la villa están resignados ante esa prosperidad. Y tal vez porque estoy más cómodo que ellos me niego a la resignación ante esa prosperidad berreta, de lentejuelas. Me niego.

jueves, 31 de mayo de 2012

Los Overos, San Luis


La casa de los Ávila, antes del Plan de Erradicación de ranchos. Era la  más alejada de los médanos. No había agua porque estaba lejos del jagüel, parte de la vida se iba en buscarla.

Vean a Cecilio Ávila, el Choique, buen alambrador. Vean en sus manos el tamaño de su trabajo. Dicen que sabía enlazar de noche. Cuando las tormentas venían bravas, Cecilio las cortaba haciendo una cruz de sal en el suelo.

Vean a Doña Filomena, aguantadora y sonriente. No para la foto, claro. Y allí sus hijos Eugenio, Josefa y Jovita, linda niña, que fue compañera de Luisma en la escuela, y de Leti en el Jardín de la Virgen que improvisaba Doña Olga. También están Luisa y Ceferino, hijos de la Meca. ¡Que bien jugaba Ceferino a la pelota!  

Como jugueteando verán a Leti y Pila, largamente vestiditas. Notarán también que la madre pensó en las botas de lluvia. No sólo pensó en ellas, se las puso… aunque no lloviese hace un año.

Evidentemente la madre pensó en muchas cosas que nadie piensa. Y las hizo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Jinetear los recuerdos



Antonio era albañil y presidente de la Cooperadora. Seguro que era alambrador y otras cosas más. Todas las que quisiera aunque no quisiera todas. Ramona, su mujer, ya llevaba a Fernanda en brazos.


Don Luis imaginó aquella fiesta sin saber lo que era una fiesta de campo, ni toda la riqueza humana que tenía. Le propuso a Antonio hacer una carrera de sortija, pero no. Era el momento del encuentro.
 

Así fue que Omar Casanave, del campo vecino, ofreció su tropilla y se armó una jineteada. Omar Cazenave, hijo de León, nieto de Pabla. Hubo que alambrar el campo de doma, poner los palenques. Llegó gente de Victorica, La Pampa,d e Unión, San Luis.
 

Don Luis tenía bombachas blancas para los días de fiesta. Y se acuerda del Milín Kenny, flaco jinete que subió pero no en pelo, tal vez con bastos y encimera. Tal vez, le parece ahora, con un cojinillo. Y se ve que la deslumbró a Gloria, con quien años después se casaría.
 

Como en la escuela había poca agua -sólo la bomba, y a veces-, preguntó si se podía tomar mate con agua del tanque. De ese molino tomaba Doña Olga, a veces subiéndose para darlo vuelta cuando no había viento. Si, doña Olga era la maestra.
 

Don Ángel Pallero, padre de Vicente, se burlaba de los enlazadores que trataban de agarrar los caballos en el campo de doma: "ese hombre está helado", reía.

miércoles, 18 de abril de 2012


Eran cuatro. Solían ir al puerto de Guinea a ver los buques inmensos.

Alguien les aseguró que uno de esos barcos partiría en unos días rumbo a Europa.

Entonces se decidieron. En la madrugada se ataron unas bolsas de harina a la cintura y se lanzaron vestidos al mar. Nadaron con unos bidones de agua y subieron al habitáculo de la enorme hélice. Pasaron dos días hasta que el gigante de acero se empezó a mover.

A los trece días de marcha se quedaron sin agua. La garganta les ardía, el frío de la noche los quemaba. Ellos rezaban a su dios y empezaron a tomar agua de mar, espantosa.

Hasta que un día advirtieron que el agua era más dulce. Supieron que estaban cerca de algún lugar, aunque no sabían de dónde. Estaban ingresando en la desembocadura del Río de la Plata.

Por esos días el barco detuvo su hélice, los tripulantes vietnamitas los habían descubierto. Pero estaban llegando a destino, entonces los dejaron en una celda con arroz en el piso. Unos días después, cuatro esqueletos de piel negra arribaron al puerto de Rosario.

-Donde estamos preguntaron. En La Argentina, respondieron.

Entonces se abrazaron. Hoy dicen que aquí encontraron un país.

El periodista Franco Varise recogió la historia. Entonces yo pude rebelar esas imágenes sugeridas. El resultado; verlos en el puerto de la tarde africana, mirando los buques con su frente naranja de sol atardecido. Vi que sonreían y se empujaban. Ya en el barco pude iluminarme con la noche blanca de mar, pude escuchar sus conversaciones estrelladas, graves. Pude verlos sentados, tiritando, abrazando sus piernas, su soledad de océano, su certidumbre a la deriva, sus sueños naufragando.
Y vi sus dientes blanquísimos, cuando llegaron.