viernes, 7 de junio de 2013

María en el recuerdo


Si aún arrastramos el maneador y  golpeamos los tarros con nuestra memoria. Si aún podemos enlazar con la cadena y sujetar juntos terneros y recuerdos. Si podemos clasificar el primer sonido del chorro de leche ordeñada cayendo al fondo del balde. Si después de veintitantos años descubrimos que ese poderoso chorro blanco  tiene un sonido y no otro. Si reconocemos a la espuma creciendo en ese ruido. Si en ese mismo golpeteo firme aspiramos la mañana pura y la bosta pastosa. Si corta nuestro recuerdo la espesa tibiez en el fondo del tacho. 

Si vemos tu mano de nudoso bronce, María, bendiciendo la ubre dócil, entregada a tu puño.  Si en tu brazo arremangado y en  tu cuerpo arrodillado frente a la mansa bestia reza la oración más sagrada. Si en esa liturgia mañanera tu mirada unge el campo con rocío mientras un rayo de luz te va apretando de costado.  Si finalmente, entre arena y olivillos, regresa balanceándose tu figura frente al galpón colorado.

Cada día, entonces, acudió a tu mano para nacer. Y sólo desde allí salió aleteando como un pájaro. Pero si eso nació de tu mano, María, de tu noche -que son la sucesión de tantos días- sólo puede nacer la vía láctea, ese campo de espinas estrelladas.

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