Ustedes
saben que Alfonso Quijano enloqueció después de leer tantos libros de
caballería. Luego, convertido por su propia imaginación en Quijote, salió ávido
de justicia a cazar gigantes vestidos de molinos. Imaginen que ese hombre,
además de leer tantísimos libros de caballería se hubiese
especializado en hermenéutica; en Heidegger, en Santo Tomás y en Platón.
Como si esto fuera poco imaginen además que ese hombre “tocado” por
la lectura se hubiese ido a vivir al arenal puntano durante quince años, donde
nunca dejó de leer, donde nunca dejó de buscar agua, donde nunca dejó de
esperar el viento en el molino.
¿Piensan
ustedes que regresando de su viaje de arena y libros ese hombre podría
haber hecho otra cosa que conseguirse un velero?
Ya lo saben, estoy hablando de mi viejo.
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