miércoles, 27 de noviembre de 2013

Diálogo entre Cipriano y los zorzales


El bebé (mi hijo) gateaba sólo en el jardín cuando aterrizó un zorzal, gordo como todos los zorzales.  Uno de los nuestros pensó el pájaro. Y quiso llevarlo de la mano. Al ver la dificultad voló a llamar a sus hermanos. Y se armó la conversa.

-“Venimos a llevarte. Vimos tu lacia sencillez en las plumas amarillas. Te vimos aspirar la mañana entera. Siempre escuchamos tu charla con los aviones, tu diálogo con los trenes.

-Además, -agregó otro-, pajarero  engullidor exquisito de lo que encuentras; te vimos tragar bolitas de paraíso entre tus banquetes de tierra, confituras de  hormigas…”. “Y tu mansedumbre de vaca”, agregó otro que estaba más alejado.

-“Si”,  respondió el gordo mientras acomodaba su trasero en el pasto: “mansedumbre de vaca. Pero chivato de chivar, bebé de beber, chico de chiquero, gato de gatear, lechón de leche…”

 -“…Ternero de ternura”, -interrumpió uno zorzal con intenciones de convencerlo.

-“Vean mi  mandíbula tenaz, atenazadora, no es la de un frágil pájaro. Escuchen mi bramido de toro volcánico, vibrando desde el pecho”. Y soltó una demostración estruendosa.

Los zorzales callaron y se miraron desilusionados. Pero uno chiquito lanzó desde el fondo: “te sabemos buen chapoteador, como nosotros después de la lluvia. Hemos visto tu baile de barco meciéndose en el agua. Conocemos tu paciencia mayor, de hermano menor”.

El bebé entonces los tranquilizó; -“hermano gordo zorzal; No hace falta que me lleven, prometo puntualidad de pájaro tempranero…”

-“Pero no te horaries”, interrumpió el más viejo como cerrando un acuerdo, “podrás arrastrar tu sonrisa en andador pero no vayas a crecer mucho ninguna rama podrá sostenerte, no te vuelvas precavido, no recuerdes apellidos que con zorzal no hace falta. No afeites esa barba de tierra. Sólo lo importante; un lapacho en octubre, la tierra y el cielo de todos”.

-Al fin se despidió: “después de comer mi pecho y mi panza se anaranjan. Por adentro y por afuera. Soy también como ustedes colorado frutillero,  colorado tomatero. Mi cuello gira pajarero como el de ustedes. No vuelo, pero la punta de mi dedo puede rascar la luna. Llevo mis brazos allá abajo, como los suyos allá arriba. Aún soy un gordo sin precauciones. Sólo el sol abre y cierra mis párpados. Dame tu mano, gordo zorzal, tu paz, y quedate con la mía, que es apenas una paz de siesta, de mamadera en la mano, una paz nueva, semillera y en brazos. Una paz mañanera,  torcacera, que aunque parezca imposible, levanta vuelo en cada paso”.

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