El bebé (mi hijo) gateaba sólo en el jardín cuando aterrizó un zorzal,
gordo como todos los zorzales. Uno de
los nuestros pensó el pájaro. Y quiso llevarlo de la mano. Al ver la dificultad
voló a llamar a sus hermanos. Y se armó la conversa.
-“Venimos a llevarte. Vimos
tu lacia sencillez en las plumas amarillas. Te vimos aspirar la mañana entera.
Siempre escuchamos tu charla con los aviones, tu diálogo con los trenes.
-Además, -agregó
otro-, pajarero engullidor exquisito de lo que encuentras; te
vimos tragar bolitas de paraíso entre tus banquetes de tierra, confituras
de hormigas…”. “Y tu mansedumbre de vaca”,
agregó otro que estaba más alejado.
-“Si”, respondió el gordo mientras acomodaba su
trasero en el pasto: “mansedumbre de
vaca. Pero chivato de chivar, bebé de beber, chico de chiquero, gato de gatear,
lechón de leche…”
-“…Ternero de ternura”, -interrumpió uno
zorzal con intenciones de convencerlo.
-“Vean mi mandíbula tenaz, atenazadora, no es la de un
frágil pájaro. Escuchen mi bramido de toro volcánico, vibrando desde el pecho”.
Y soltó una demostración estruendosa.
Los zorzales callaron y se miraron desilusionados. Pero uno
chiquito lanzó desde el fondo: “te
sabemos buen chapoteador, como nosotros después de la lluvia. Hemos visto tu
baile de barco meciéndose en el agua. Conocemos tu paciencia mayor, de hermano
menor”.
El bebé entonces los tranquilizó; -“hermano gordo zorzal; No hace falta que me lleven, prometo puntualidad
de pájaro tempranero…”
-“Pero no te horaries”,
interrumpió el más viejo como cerrando un acuerdo, “podrás arrastrar tu sonrisa en andador pero no vayas a crecer mucho ninguna rama podrá sostenerte, no te vuelvas
precavido, no recuerdes apellidos que con zorzal no hace falta. No afeites esa
barba de tierra. Sólo lo importante; un lapacho en octubre, la tierra y el
cielo de todos”.
-Al fin se despidió: “después
de comer mi pecho y mi panza se anaranjan. Por adentro y por afuera. Soy
también como ustedes colorado frutillero,
colorado tomatero. Mi cuello gira pajarero como el de ustedes. No vuelo,
pero la punta de mi dedo puede rascar la luna. Llevo mis brazos allá abajo,
como los suyos allá arriba. Aún soy un gordo sin precauciones. Sólo el sol abre
y cierra mis párpados. Dame tu mano, gordo zorzal, tu paz, y quedate con la mía,
que es apenas una paz de siesta, de mamadera en la mano, una paz nueva, semillera
y en brazos. Una paz mañanera, torcacera,
que aunque parezca imposible, levanta vuelo en cada paso”.
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