martes, 3 de julio de 2012

Pájaro Pablo


Mudé mi biblioteca. Primero llené cajas y cajas. Quedó de pie un esqueleto de madera que luego desarmé. Como si fuesen las cenizas de un antepasado, ubiqué los tornillos en un tarrito que rotulé: biblioteca.

Como una hormiga, hice varios viajes a lo de mis viejos, a su casa grande de calle de tierra. Allí los deposité. Después de un tiempo sentí hambre, los necesitaba. Fui y los busqué, pero no nos encontramos.   Entonces fui a lo de mi hermana y tomé un libro. Como un sediento lo bebí con mis cuencos: mis dos manos, mis dos ojos.

Ahora sé que no me puede faltar su mar, su lluvia helada sobre mis huesos.  El pan quebrándose al medio de la mañana. Herreros, zapateros, pescadores, redes  y  almacenes. Su tarde de taller, de gubia.  El olor a madera recién serruchada. El puerto al hombro. Los vencidos del día saliendo de las fábricas con su corazón fatigado.

Fuera de casa, sus palabras sobre un barco, plateadas, saltando como peces. Su voz lloviendo. Sus algas goteando, su niebla austral. Sus caracoles. Su parra entregada  en vino. Su olor a gramilla, a pino seco sobre el suelo. Sus brazos abiertos de araucaria, su bosque de miles de hojas escritas. Sus pies en la arena como una gaviota, su regreso de golondrina. Su color de torcaza. Su arte de pájaros.

Dentro de mi casa no puede faltar esa luz de jardín de invierno. Su paz de chimenea, sus brasas apalabradas. Su olor a leña humeante. Sus puertas vagabundas, sus techos de tablas marineras.   Su vela tiritando de frío, su tristeza recogida. Sus colecciones de noches y preguntas. Su conciencia de hombre y poeta. Poeta carpintero de palabras. Su largo territorio, recorrido con tiempos de pastor.

Su mar me golpeaba. Y ahora su compañía, que al fin me deja sólo. Solo con esto.

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