Mudé mi biblioteca. Primero llené cajas y cajas. Quedó de
pie un esqueleto de madera que luego desarmé. Como si fuesen las cenizas de un
antepasado, ubiqué los tornillos en un tarrito que rotulé: biblioteca.
Como una hormiga, hice varios viajes a lo de mis viejos, a
su casa grande de calle de tierra. Allí los deposité. Después de un tiempo sentí
hambre, los necesitaba. Fui y los busqué, pero no nos encontramos. Entonces
fui a lo de mi hermana y tomé un libro. Como un sediento lo bebí con mis
cuencos: mis dos manos, mis dos ojos.
Ahora sé que no me puede faltar su mar, su lluvia helada sobre mis
huesos. El pan quebrándose al medio de
la mañana. Herreros, zapateros, pescadores, redes y almacenes. Su tarde de taller, de gubia. El olor a madera recién serruchada. El puerto
al hombro. Los vencidos del día saliendo de las fábricas con su corazón
fatigado.
Fuera de casa, sus palabras sobre un barco, plateadas,
saltando como peces. Su voz lloviendo. Sus algas goteando, su niebla austral. Sus
caracoles. Su parra entregada en vino.
Su olor a gramilla, a pino seco sobre el suelo. Sus brazos abiertos de
araucaria, su bosque de miles de hojas escritas. Sus pies en la arena como una
gaviota, su regreso de golondrina. Su color de torcaza. Su arte de pájaros.
Dentro de mi casa no puede faltar esa luz de jardín de
invierno. Su paz de chimenea, sus brasas apalabradas. Su olor a leña humeante.
Sus puertas vagabundas, sus techos de tablas marineras. Su vela tiritando de frío, su tristeza
recogida. Sus colecciones de noches y preguntas. Su conciencia de hombre y
poeta. Poeta carpintero de palabras. Su largo territorio, recorrido con tiempos
de pastor.
Su mar me golpeaba. Y ahora su compañía, que al fin me deja
sólo. Solo con esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario