Quiero tener otro día, al menos por esta vida. Quiero tanto ser arqueólogo como quiere Rami, mi sobrino de cuatro años. Sí, tan intensamente quiero. Juro que no exagero mi querencia.
Cuando llegue esa mañana voy a amarronar mi mirada en las aguas del Río Uruguay. Quiero bucear una historia hundida para levantar clavos oxidados. Para ver goteando la cerámica partida, para abrazar un cañón lleno de barro. Para barrer con un pincelito el esqueleto hinchado de un viejo barco y no parar de raspar hasta escuchar su canto marinero. Para escuchar como golpean las botellas y para levantar con dos manos un gancho ferroso.
Al final de ese día, cuando mi espalda arda de sol y río, quiero que Gaboto me cuente lo que le contaron los otros náufragos, los de Solís. Como sucede siempre, una historia esconde otra hasta que alguna no se aguanta más el silencio y va con el cuento.
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