jueves, 24 de abril de 2008

Meinrado Hux

Era joven. Una mañana fría, como todas las de Suiza, preparó una valija chiquita y marchó hacia el corazón de la pampa bonaerense. Llegó a la estación de Los Toldos y medio desorientado empezó a caminar por sus calles de tierra. Un hombre de ojos achinados le señaló el rumbo de un campo mientras lo miraba de arriba hacia abajo. Siguió caminando, las calles se hicieron caminos, huella, nada. Había llegado a ninguna parte. Apoyó su valija en el suelo, miró al cielo y asumió que era el lugar. En aquel silencio fundó el monasterio.

Al tiempo iba y venía a la tribu vecina de los Coliqueo por aquella misma huella. En esos andares comprendió que la historia paisana vibraba en el aire pero aún no había sido escrita. Empezó a reunir esa voz callada y dispersa. Anduvo por las taperas, charló con el bolichero, preguntó, escuchó, leyó cartas, hurgó en los archivos. Y por las noches anotaba en un cuaderno. Encontró una vasija, una punta de flecha… Y por las noches seguía anotando. Alguno que lo notó tan esmerado le dio el poncho de su abuelo, le dio el calor de su historia.

En sesenta años de trabajo abrazó a una raza entera.

Y eso que sólo trajo una valija chiquita. Gracias Meinrado!

2 comentarios:

Unknown dijo...

Debo decir que tengo el honor de haber visitado el Museo en el monasterio guiado por su mentor... y también me uno en un gran ¡Gracias Meinrado!

Fernando GZ

Juan dijo...

Ya somos muchos los que le agardecemos a Meinrado. Le mandé estos párrafos a Mamerto M. y él se los imprimió a Meinrado. Un alegrón!