
“Me duelen las historias perdidas”. Lo anotó Alberto Rex González, el arqueólogo, en el prólogo de un librito muy pueblero y terrenal, titulado “Tiestos dispersos”. Si alguna vez se topan con esas notas verán que fue narrado como cebando mate, sobre una mesa de madera maciza, lisa y limpia, en una galería amplia, vieja y luminosa. No lo dice en ninguna parte, pero lo cuenta todo el tiempo. Verán que hay viento y polvo entre las letras, verán que hay sol de calles vacías, que hay sombra de árboles traspasadas por luz.
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