miércoles, 10 de agosto de 2011

Un mundo con testigos



“Me preocupa un mundo sin testigos”, escribió Carlos Fuentes.

Por más de 30 años esta historia no tuvo testigos que la cuenten. Hasta que el tucumano Tomás Eloy Martínez empezó a seguirle el rastro. No le resultó fácil. Según él mismo repetía, no encontraba a nadie que “supiera contarlo”. La cosa fue así: un puñado de quince o veinte linyeras de San Miguel de Tucumán fueron subidos a los palazos a un camión militar y luego arrojados en la puna catamarqueña, bien lejos de todo. Los tiraron de noche; cada veinte kilómetros empujaban a uno. Sucedió en el invierno del `77. Ni los ciegos merecieron piedad. Las órdenes las impartió Bussi, el General.

Ya en el desierto los crotos desperdigaron su soledad. Uno se entregó a la noche cruda de la Cuesta del Totoral. Otro ingenuo le pidió cobijo a un arbolito. La mayoría murió de frío, de hambre o enloqueció. Cuando iba saliendo el sol un hachero encontró a un linyera acurrucado con su cara contra el piso. Lo llevó hasta su ramadita y de a poco calentó sus manos con el mate.

Eloy Martínez pudo conversar con los que quedaron vivos; el loco Vera, Pachequito y algún otro. La historia es larga y fría.

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