Cerca de mi casa se retuerce un río podrido: el Reconquista.
Como una culebra marrón se va doblando hasta que se desahoga en el Río de la Plata. Aunque la ciudad lo niegue, allí está.
Y los pájaros persiguen la vena podrida de la tierra. Los veo cruzar la mañana, escucho sus silbidos alargados como patos. Puntuales, instintivos, cortan la luz temprana. Bandadas de flecha tras el rumbo del agua. Hay un mandato ribereño, un aliento dulce. Tal vez la promesa de nido y delta. Tamarindo y espesura.
Son los únicos que buscan este río. Ellos y los más pobres.
Que misterio el de los pájaros. Un poeta decía que es un cielo azul que corre.
Pero no señor poeta, esto no se parece a un cielo, ya no persiguen un reflejo de plata. Venga, yo lo invito, pero no insista ante el conurbano. Ponga sus pies en el barro negro, inhale su aire hediondo. Y entonces digame a quién saludan. De dónde vienen, por qué pasan y pasan. Dónde estaban recién, al amanecer. Quién los apura. Dónde van a bañarse. Qué les dice el río que no te dice a vos. Qué instinto necio no considera los olores. Por dónde vuelven si el río siempre está bajando.
En el aire bonaerense tu poesía ya no alcanza su vuelo.
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