
Escribe a los gritos, se le notan las venas de la garganta. A él le gusta decirse jacobino.
No anda con rodeos, anota nombre y apellido. Hace un inventario de las aves de rapiña que sobrevuelan las mineras de la cordillera. Le da su verdadera dimensión al escandaloso veto de la ley de glaciares. Escándalo que no fue un escándalo.
Es ágil para escribir, canchero por momentos. Como si mascara chicle. Sueña con serpientes y con espías de la CIA; los ve en todas partes. Su mirada pasa casi siempre por los cristales setentistas y utiliza en ocasiones generalizaciones demasiado anchas.
Miguel Bonasso no genera indiferencias. El mal, su nuevo libro, es sobre todas las cosas un texto valiente.
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