Lo llevaron entonces a la comisaría de Munro en un Peugeot,
esposado en el asiento de atrás. El poli que manejaba estaba duro, iba a fondo,
pasó un semáforo en rojo y se puso un palo contra otro vehículo. Tuvieron que darse a la fuga. Pudieron deshacerse del vehículo que los
perseguía y lo metieron en el calabozo donde estuvo mientras los polis
esperaban que el viejo del Ponja ponga la guita. Pero él seguía en los bingos y
su hijo fue a parar a Devoto.
Allí el pabellón; los ranchos, las frazadas colgadas, el
olor a meo. Las facas, los guardias, el miedo, los palos, el miedo, el miedo,
el miedo. La terrible tumba gigante de cemento.
Al Ponja no le daba para publicar su historia en una
editorial. Así que el libro va de mano
en mano. El jueves llegó a las mías y el domingo ya estaba en manos nuevas, en
ojos nuevos. Las comas y las tildes que faltan son una cicatriz de realidad, una marca auténtica
de esa vida marginal, que sobra.
1 comentario:
El Ponja, como Ulises, vivió su Odisea, y nos cuenta.
Cuenta que navegó a través de esos mares tormentosos porque tenía la esperanza de volver a Ítaca: la libertad
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