viernes, 30 de marzo de 2012

El peso de la sombra derrumbada (la de Facundo Quiroga)

Hay historias enormes que nadie se atreve a mover.

Por su peso, por su aparente raíz. Porque dicen que dan una sombra tan grande  que a nadie se le ocurre cuestionarlas. Sería de necio, de insensato, intentar moverlas.  Y  donde no talla la historia se cuela el mito, muchas veces perseguido de cerca por la mentira.

Sucedió con la tumba de Facundo Quiroga, en la Recoleta. Año tras año el Instituto Juan Manuel de Rosas realizaba allí un homenaje.  Quizá aún lo sigue haciendo. Día tras día llegan turistas a recrear la historia del caudillo frente a la lápida. Hasta el Ministerio de Cultura quiso declararlo Monumento Histórico Nacional.

Con semejante bóveda a nadie se le ocurría que sus restos podían no estar allí. Mucho menos si antes que esa bóveda se había levantado el Facundo de Sarmiento, que pesa como un mármol en la imaginación de cada uno de sus lectores.

Nadie o casi nadie. Jorge Alfonsín era un hombre viejo al que le gustaba recolectar sus historias entre los huesos,  en los cementerios.  Hasta el año 2003 nadie había mirado para adentro de esa bóveda.  Alfonsín consiguió el permiso y bajó a ver si estaba el cuerpo, como repetían. Se encontró con una situación tenebrosa: miles de insectos, gusanos y caracoles infectaban todo. Cajones podridos y en el piso inundado, incontables huesos desperdigados junto a la basura. No se podía caminar. En medio del caos, halló cuatro urnas de madera y nueve cajones, de los cuales solo seis tenían nombre.  Pero todas era del silgo XX y el cajón de Facundo no estaba a la vista.

Eso es lo que había debajo del mito. El mito de mármol, brillante, intocable.   

Luego el arqueólogo Daniel Schavelzon y su mujer siguieron la pista de Alfonsín en aquella historia enterrada. Y la descubrieron, es decir, sacaron de ella lo que la cubría. Encontraron un cajón parado, empotrado a la pared que había sido colocado hace relativamente poco tiempo para alimentar el mito. El que quiera oír que oiga, o que lea a Schavelzon.

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