Lo veía
todos los días, mientras esperaba el colectivo. Todavía no le pregunté el
nombre. Cuando no caminaba entre los autos lo seguía un perro con una media en
la boca.
Su cara confesaba
que era alcohólico y algunos de los playeros de la estación lo sabían. Lo habían olido o lo habían visto a la tarde,
tirado al sol con una botella mal escondida en su campera.
Pero esta
semana dejó los diarios y empezó a empujar un carro de supermercado. Bajó los
brazos. Si ustedes lo vieran caminar notarían
que está entregado.
Ya no espera.
No espera ni que le compren un diario, no espera que el frío no lo sacuda. Su
circunstancia lo convenció de que ya no vale la pena seguir. Ahora es dejarse atravesar por los días con
indiferencia. Todo da lo mismo.
La esperanza
es el motor de la actitud de cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario